La mente, la clave para cruzar la linea de meta

El éxito es un juego de la mente, por ello, el deportista debe entender que para cruzar la línea de meta el mayor obstáculo al cual debe enfrentarse no es el recorrido, ni el cansancio, el mayor obstáculo que tiene que encarar un deportista en una carrera de larga distancia es su mente, si logra controlarla el éxito estará más cerca.

La mente nos protege, nos avisa cuando detecta peligro y actúa para ponernos a salvo. La larga distancia requiere al cuerpo un esfuerzo fuera de lo normal y es ahí donde interviene la mente: No puedo más, se acabó, no tiene sentido, me duele todo, me retiro…lo dejo.

Así empieza siempre, tenemos sueños y los convertimos en objetivos. Comenzamos con mucha fuerza e ilusión, pero llega un momento de indecisión y nos entran las dudas.

Sin embargo, el margen de resistencia que tenemos después de abandonar un proyecto se aproxima a un 40%. Es decir, cuando tomas la decisión de rendirte, tu cuerpo, se ha esforzado un 60% de su capacidad total. Es por ello que para poder llegar a dar el 100% de nosotros debemos ejercitar la mente.

El entrenamiento mental, sigue los mismos pasos que el entrenamiento físico, desde la pretemporada hasta llegar al día de tu desafío, pero en este caso se cambia el entrenamiento de fuerza, resistencia, flexibilidad o velocidad, por entrenamientos de concentración, visualización, ejercicios para saber escuchar a tu cuerpo y practicar la atención plena en una sola tarea.

El deportista debe encontrar complementar su preparación física con entrenamientos ejercitando la mente con un objetivo clave: superar el muro.

A todos nos pasa más de una vez en la vida, a veces nos lo encontramos en medio de un reto deportivo, en otras ocasiones nos sucede en proyectos profesionales y, como no, en algún momento de nuestra vida personal.

Aparece de forma inesperada, cuando todo va bien. Todos lo nombran de diferente manera, a mí me gusta llamarlo el muro.

La mente siempre nos juega malas pasadas y nos hace creer, que lo mejor, es parar. Posiblemente a corto plazo es la mejor opción, estamos en ese punto donde el dolor y el sufrimiento no dejan ver más allá y lo que queremos es volver a nuestra zona de confort. Todo sería perfecto si a largo plazo, el bienestar no se convirtiera en monotonía y con ella llegara las palabras malditas: me arrepiento.

 

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