A todos nos pasa más de una vez en la vida, a veces nos lo encontramos en medio de un reto deportivo, en otras ocasiones nos sucede en proyectos profesionales y, como no, en algún momento de nuestra vida personal.
Aparece de forma inesperada, cuando todo va bien. Todos lo nombran de diferente manera, nosotros los deportistas lo llamamos el muro.
No puedo más, se acabó, no tiene sentido, me duele todo, me retiro…lo dejo.
Así empieza siempre, tenemos sueños y los convertimos en objetivos. Comenzamos con mucha fuerza e ilusión pero llega un momento de indecisión y nos entran las dudas.
La mente siempre nos juega malas pasadas y nos hace creer que lo mejor es parar. Posiblemente a corto plazo es la mejor opción, estamos en ese punto donde el dolor y el sufrimiento no dejan ver más allá y lo que queremos es volver a nuestra zona de confort. Todo sería perfecto si a largo plazo el bienestar no se convirtiera en monotonía y con ella llegara la palabras malditas: me arrepiento.
Estás en el mar, nadando en medio de la nada, de repente te sientes cansado, no avanzas, tienes frío y en lo único que piensas es qué demonios estoy haciendo yo aquí. Te pesan los brazos y parece que alguien te está cogiendo de los pies: empieza el muro.
No pares, lo único que tienes que hacer es concentrarte en la próxima brazada, si piensas, la mente te traicionará, solo déjate llevar por tu instinto.
Ahora estás luchando contra tu peor enemigo, tú mismo. Si no confías en ti estás perdido, en cambio si crees en ti descubrirás tu verdadero poder.
Nunca caerás derrotado si lo intentas.